12.03.2006

Sueño (parte I:"Nadie sabe exactamente...")

Todo está oscuro a excepción del escenario. La Loca Carmen está presentando, no hace nada, solo se caga de la risa y corre de aquí para allá mientras otros actores interactúan con ella y dan sentido a la muestra. Al final de cada presentación, Amaro Cabello (sentado en el público) hace un pequeño comentario en relación a lo recién expuesto. Todo termina, nos vamos a una tienda de locales ñoños. Suena el celular. Nadie sabe exactamente quién habla del otro lado, aparentemente el vocalista de alguna banda hardcore-emo. “Cuidado, la Ana corre peligro” ¿Peligro? ¿Qué clase de peligro? “Debes estar preparado, les espera una emboscada en el sector Aznar” ¿Aznar? ¿Eso es la avenida José María Aznar? “Exactamente” replica el vocalista emo sin verdaderamente saber de qué estaba hablando. “Recuerda llevar una guitarra” ¿Guitarra? Pero si yo no sé tocar guitarra, yo toco bajo. “Excelente, consigue uno y llévalo contigo” Fin de la extraña llamada. Nos encontramos en una tienda de figuritas de colección. Da la casualidad que justo ahí venden instrumentos instantáneos. “Por supuesto, agregue agua y espere” declara el gordo de polera negra que atiende al publico. Vienen en un envoltorio plástico bien simpático, como los juguetes. Son unas gomitas con formas levemente parecidas al objeto que deberían ser, de un solo color, traslúcidos, chillones, altamente flexibles, como un osito de goma, dan ganas de pegarles una mascada. Dentro del paquete viene de regalo una cierra eléctrica. Salimos al exterior. Está oscuro, pero da lo mismo porque en la otra cuadra, pasando el parque, estará de día. Aún faltan varias cuadras para llegar a la zona de peligro, tenemos que atravesar el barrio residencial. Las calles peatonales al interior del barrio apenas dejan espacio para caminar, las casas, de cemento gris y techo de paja, están una pegada a la otra, hay que pasar de lado por en medio de ellas. A medio camino entre el parque y el peladero (ya es de día) nos volteamos y justo detrás nuestro hay un grupo numeroso de campesinos que nos observan con miradas acusadoras. Nadie sabe exactamente qué es lo que pasa, aparentemente nosotros somos los culpables. Saliendo de en medio del barrio de casas apretadas estamos en la ladera del cerro. El pasto es verde, la hierba es alta, hay nubes espesas, grumosas, y un cielo celeste. Los rayos de luz se escurren por en medio. Hay niños jugando. A lo lejos se divisa un condominio de edificios de ladrillo, una iniciativa de vivienda social gubernamental. Hacia el oeste, un poco más encaramado al cerro, detrás de un edificio blanco de dos pisos se encuentra un tigre gigante, recién despertando de la siesta. La Ana viene al final del grupo, se distrae mirando algo en la pared. El tigre se levanta. Los niños corren. Los campesinos, ahora preocupados por el tigre, también corren. La Ana sigue mirando la pared, como si se empeñara en ser parte esencial de un trillado guión de suspenso. El tigre avanza unos pasos y se fija en ella, quién parece empedernida en seguir mirando la pared con gran atención. El tigre se abalanza, la Ana debe ser rescatada. La tomo por el brazo y nos ocultamos entre los edificios apretados. Antes de que el tigre tenga la opción de acosarnos por entre los tejados, un enorme pájaro gigante de aspecto indeterminado le arranca los ojos. Los pobladores no saben qué hacer.

En esta parte se acaba el sueño. En la radio suena “the nurse who loved me”.